amenazado por la fuga de petróleo crudo, la violencia parece estar fuera de control, la compasión hacia los menos afortunados parece haberse evaporado, y en el que abunda la miseria económica, yo encuentro un refugio de optimismo en los catálogos de jardinería. Necesitamos menos cosas malas y más buenos jardines en este mundo.
Este año he pasado más tiempo sentada en una silla en mi jardín por las noches, pensando en lo que esta pequeña área cultivada dice acerca de estos tiempos, este mundo y mi vida. He resistido la tentación de comprar más semillas este año; como otras personas, la economía me causa escalofríos. No que haya perdido la esperanza en la economía o el potencial que ofrecen los jardines durante esta administración presidencial. Especialmente por esto último, ya que los residentes actuales de la Casa Blanca miran con buenos ojos los sistemas de producción de alimentos locales y sostenibles. Igual que nuestra familia, la primera familia tiene un jardín al frente de su casa. ¿Qué puede haber más afirmativo que el tener un jardín frontal en tiempos difíciles como estos?
En tiempos duros, los estadounidenses siempre han recurrido a la jardinería.
Los Jardines de la Victoria de la Segunda Guerra Mundial y de la Primera Guerra Mundial – y los esfuerzos de jardinería de la Gran Depresión – ayudaron a los estadounidenses a sobrevivir los tiempos difíciles. Estos jardines ayudaron con el presupuesto familiar, mejoraron los hábitos alimenticios, redujeron las líneas de personas indigentes en espera de alimentos, ahorraron combustible, permitieron que Estados Unidos pudiera exportar más alimentos a los países aliados, embellecieron comunidades, habilitaron a los ciudadanos a contribuir más al esfuerzo nacional, y redujeron las diferencias de clases sociales, étnicas y culturales en tiempos en que la cooperación era vital. Los jardines fueron la expresión de la solidaridad, patriotismo y el sacrificio compartido. Estaban por dondequiera… escuelas, hogares, sitios de trabajo y a través de espacios públicos en toda la nación. Ningún esfuerzo era demasiado pequeño. Los estadounidenses hicieron lo que pudieron. Y eso sirvió.
Considere esto: en la Primera Guerra Mundial, el Buró Federal de Educación echó a andar un programa nacional de jardines escolares y lo financió con dinero del Departamento de Guerra. Millones de estudiantes cultivaron jardines en la escuela, el hogar y en sus comunidades. Un programa del Jardín de la Libertad nacional (luego conocido como Jardín de la Victoria) se inició para convocar a todos los estadounidenses a practicar la jardinería para ayudar al país y al resto del mundo. El éxito de los jardineros caseros (y la cuidadosa conserva de alimentos) ayudó a Estados Unidos a incrementar sus exportaciones a nuestros hambrientos aliados europeos.
La experiencia de la Segunda Guerra Mundial fue igualmente exitosa. Durante 1943 algunas encuestas reportaron que tres quintas partes de los estadounidenses estaban practicando la jardinería, incluido el vicepresidente Henry Wallace quien lo hacía junto con su hijo. Ese mismo año, según algunos cálculos, casi el 40 por ciento de la fruta fresca y verduras que se consumía en el estado se cultivaba en jardines de escuelas, del hogar y de la comunidad. Además de proveer los tan necesitados alimentos, la jardinería ayudó a los estadounidenses a unificarse en una actividad positiva. Los jardines ofrecieron a todos los estadounidenses una manera de servir al país, permitiendo que todos los ciudadanos pudieran contribuir de manera significativa al frente de guerra.
Nuestra nación nuevamente se encuentra en tiempos desafiantes. Los jardines escolares, del hogar y de la comunidad proveen una manera para responder positivamente a este período de incertidumbre y de cambios.
Preparado por Rose Hayden-Smith.
Adaptado al español por Alberto Hauffen