Posts Tagged: comidas
Por qué soy la policía de los pastelitos
Ponte por un minuto los zapatos de un niño. Vamos a llamarte Maggie. Cursas el tercer grado de primaria. Tu papá trabaja tiempo completo y te recoge del programa de después de escuela a las 6:00 pm. Tú y tu papá llegan a casa a eso de las 7:00 pm porque tienen que pasar por el QuikMart para comprar algo para la cena y cargar un poco de gasolina en el carro. Cuando llegan a casa papá cocina la pizza congelada y tú te sientas a comer y beber tu refresco gaseoso alrededor de las 7:30 pm. Para la hora que terminas de comer, ducharte y ayudar a papá a limpiar e irse a la cama, son ya las 8:45 pm.
En la mañana te apuras a vestirse, cepillarte los dientes, el cabello y poner todo en la mochila para la escuela. Papá necesita dejarte en la escuela a las 7:30 am para poder llegar al trabajo a tiempo. Tú tomas una bolsa de papitas fritas al salir de la casa, te restriegas los ojos y aseguras que no te has puesto la blusa al revés otra vez.
El algún momento alrededor de las 10 am, tu estómago empieza a gruñir. Sientes que tu boca se te hace agua un poco y tus ojos se cierran. Viendo el reloj, cuentas los minutos para que llegue la hora del almuerzo. A las 11:25 am, el padre de una de tus compañeras de salón llega con una charola de pastelitos para ¡celebrar su cumpleaños! Tu estómago brinca al ver el betún rosa de crema de mantequilla que se apila sobre los pastelitos. La maestra le entrega uno a cada estudiante de la clase y tú te saboreas cada deliciosa mordida.
Quince minutos después suena la campana para la hora del almuerzo. La maestra lleva a todos a la cafetería y te pones en línea para obtener el almuerzo escolar. Te sientes avergonzada de comer el almuerzo escolar y como ya te has comida el pastelito no sientes mucha hambre. Haciendo caras, te sirves algunas cosas en su plato. Una vez sentada, medio picas la comida hasta que el custodio les dice que ya pueden ir a jugar. Dejas en la basura la charola con la mayor parte de la comida y sales corriendo detrás de tus amigos hasta la explanada del patio.
De regreso en clase te sientes energizada después de jugar balonmano. Tu cara está roja y un poco sudada por haber corrido. El maestro anuncia que su grupo ganó el concurso semanal y cada uno de ustedes podrá escoger un dulce de la bolsa de dulces. Eso te parece muy bien a porque has empezado a sentir hambre de nuevo. Te mete varios dulces a la boca. Regresas a trabajar en tus problemas de matemáticas, pero como ya es en la tarde, siempre tienesroblemas para concentrarse a esa hora.
Maggie es solo una de los 30 millones de niños en EUA que califican para obtener almuerzos gratis o a precio reducido a través del programa de comidas escolares de la USDA. Los estudiantes como Maggie suelen depender de los alimentos escolares para satisfacer hasta un 50 por ciento de sus calorías diarias y las comidas escolares representan una mayor porción del consumo calórico y nutritivo en un día escolar para niños que experimentan inseguridad alimentaria. Además, los estudios muestran que el nivel de ingreso, educación obtenida y composición familiar tienen un impacto en la calidad de la alimentación y la actividad física.
El programa nacional de almuerzos escolares, aun cuando no es perfecto, tiene la intención de asegurar que, a estudiantes como Maggie, se les ofrezca una variedad de frutas y verduras y alimentos ricos en granos integrales todos los días. Existen límites sobre la cantidad de sodio, grasa saturada, grasas trans y calorías que se incluyen en las comidas escolares. Los estudios han demostrado que los programas de nutrición infantil mejoran la calidad de la alimentación y el rendimiento de los niños pertenecientes a hogares de recursos limitados y donde prevalece la inseguridad alimentaria. [1]
Cuando ofrecemos a nuestros niños y estudiantes alimentos con poca calidad nutricional como recompensa y pastelitos para celebrar un cumpleaños, estamos impactando en general su alimentación durante ese día. Para Maggie, su problema se agrava debido a que no tiene acceso a una alimentación variada y nutritiva en casa. No tiene nada que la respalde cuando no obtiene una comida nutritiva en la escuela y en su lugar se llena con calorías sin ningún valor nutritivo. La infancia es un periodo importante en el que las personas desarrollan patrones de alimentación y actividad para toda la vida.
Así que cuando me enfrento al dilema, de nuevo, de hablar y convertirme en la policía de los pastelitos o guardar silencio y estar de acuerdo con que se den golosinas en la escuela, pienso en Maggie.
Qué se puede hacer para crear escuelas más saludables para los niños:
- Ver las Políticas para el Bienestar de su escuela. Toda escuela que participa en el Programa de Comidas Escolares cuenta con una. Sin embargo, muchas veces fueron escritas y nunca revisadas. Revisa la página Web de tu distrito escolar o en el buscador (finder) de Políticas para el Bienestar Escolar del Consejo de Lácteos (Dairy Council School Wellness Policies) donde se delinea lo que no está permitido ofrecer en el salón de clases o eventos de recaudación de fondos en la escuela.
- Ofrecer cosas no comestibles como recompensa a una conducta positiva: tiempos extras de actividad física o de recreo, la oportunidad de comer el almuerzo en la cafetería junto al maestro, privilegios especiales como ser “el líder de la fila” por ese día o la oportunidad de visitar el huerto escolar. Para más ideas saludables para usar como recompensa visita Opciones Alimentarias Saludables en las Escuelas (Healthy Food Choices in Schools).
- Celebraciones que apoyen la salud: incluya actividades físicas como una fiesta para bailar en su día de celebración (vea GoNoodle donde encontrará todo tipo de actividades divertidas y brain breaks), pedir a los padres que donen un libro a la clase en lugar de llevar pastelitos (ver Books for Birthdays), si vas a llevar comida, asegúrate de limitar a uno por estudiante todo lo que carezca de valor nutritivo.
- Comer el almuerzo con tus estudiantes(s): si eres un padre de familia, pregunta en tu escuela. Muchas escuelas permiten a los padres comer el almuerzo con sus hijos si avisan con tiempo. Si eres maestro(a), comer con tus alumnos es una buena manera de enseñar y ser un modelo a seguir en cuanto a hábitos alimenticios saludables. ¿Te interesa aprender más sobre la importancia de las comidas escolares? Infórmate aquí.
¿Ofrece la escuela una variedad de frutas y verduras? ¿Pueden los estudiantes ver y servirse los alimentos de manera segura? ¿Hay alimentos locales disponibles? Si no, pide una reunión con el personal de servicios de cafetería para discutir tus ideas y ver cómo puedes ayudarles.
[1]https://www.ers.usda.gov/webdocs/publications/84003/eib-174_summary.pdf?v=42905
Los recuerdos que evoca la mesa de la cocina
No hace mucho tiempo, un amigo nos pidió que escribiéramos algunos recuerdos que nos traen las mesas de la cocinas en nuestras vidas. La premisa de este ejercicio era que la comida es algo fundamental para nuestras relaciones y que una buena parte de nuestras vidas ocurre en torno a los lugares donde comemos y de quienes elegimos para comer.
Yo tengo maravillosos recuerdos de la mesa de la cocina. En nuestra casa cerca de Filadelfia, recuerdo a mi hermana mayor sentada a la mesa en la espaciosa cocina, tratando de persuadirme a comer más antes de ir a la iglesia. Me habían servido los mejores panqueques que había comido en esa mesa en particular. Fue en esta mesa en la que mi hermano cometió la grave falta de lanzarle huevos revueltos a mi hermana, usando el tenedor como catapulta. (Esto pasó exactamente una vez). Pocos años después, recuerdo nuestro nuevo hogar en el Valle de San Fernando, cerca de unos huertos de cítricos donde ahora se erige la Universidad del Estado de California, donde comíamos maravillosas comidas en el comedor formal, donde mis padres con gran orgullo usaban la fruta de plástico que yo les había comprado como regalo para el centro de la mesa. Recuerdo la mesa del comedor de mi abuela elegantemente asignada en Clinton, Mississippi, donde siempre bebíamos té helado bastante azucarado en los vasos más altos que haya visto, asegurándonos de hacer tintinear los cubos de hielo con las cucharas de plata de largo mango. La cocina de mi abuela era la más moderna que yo había visto y ella se vestía elegantemente para cada comida. Sólo a unas millas de allí, en Jackson, también cenábamos con mis otros abuelos, RJ y Pauline, en la mesa de su cocina en una modesta casa de una calle bordeada de árboles. Estos abuelos, que crecieron en una comunidad rural pequeña, nos alimentaban con tomates cosechados en su huerta, compota de quingombó, pan de maíz de sartén, pescados capturado por mi abuelo y platones de sopa gumbo caliente (¡y picante!).
También me acuerdo del comedor en el pequeño tráiler de acampar de mi familia, donde mi padre preparaba y alimentaba a su familia con macarrones y queso Kraft y atún. (Una generación diferente de alimentos, ¡pero un gran padre!). Era allí también donde jugábamos juegos de mesa y barajas a la luz de una linterna, viendo la cascada de fuego en el Parque Yosemite. Después de la cena, juegos y una relajante taza de chocolate caliente, doblábamos el juego de comedor convirtiéndose en la cama en la que yo dormía.
Cuando mi esposo y yo tuvimos nuestro primer departamento, fuimos a una tienda de muebles usados llamada Egypt y compramos una pequeñita y encorvada mesa de cocina. Estaba hecha de aserrín prensado cubierto con laminado tipo madera. La usamos durante varios años. Allí preparábamos, cada noche, nuestras comidas hechas en casa cuidando nuestro presupuesto; cortábamos cupones y nos preparábamos para los exámenes de postgrado.
Cuando compramos nuestra casa, nos dimos cuenta que teníamos mucho espacio pero poco dinero para amueblarla. Mientras que visitábamos una tienda de segunda en nuestro pequeño pueblo, nos enamoramos de una mesa grande y pesada. Estaba un poco golpeada, le faltaban las extensiones, pero era claro que había sido amada por una familia grande. Contaba con un juego extra de patas en el centro, que se encontraban allí para soportar su gran longitud cuando se le extendía completamente. Pagamos por ella lo que para nosotros era una pequeña fortuna y le pedimos a unos amigos que nos ayudaran para llevarla a casa. No teníamos sillas, así que un amigo nos regaló tres de finales del pasado siglo rescatadas de la Oficina de la Comisión Marítima de Estados Unidos en Long Beach. No combinaban con la mesa o entre sí, pero nunca nos importó y nos las quedamos. Son simplemente maravillosas.
Vivimos en una casa chica, así que la mesa sirve las veces de mesa de cocina y de comedor, a sólo un pie de la cubierta del gabinete y de la estufa. Aunque una mesa más pequeña hubiera tenido más sentido, nunca solté ésta. Le dimos otro acabado hace unos años y sucede que es una mesa bastante inusual y con un gran valor, que vale mucho veces más de lo que pagamos por ella.
Ciertamente es de un valor incalculable para mí, porque esta mesa ha arraigado a mi familia en esta casa. Siendo la niña de las mesas y banquetes movibles, me doy cuenta que su constante presencia me es tranquilizante. Es en ella donde preparamos los alimentos y los proyectos escolares y donde realizo la mayor parte de mis escrituras. Es donde senté a mi hija y le puse una bandita en su rodilla raspada. En donde los tres compartimos el desayuno todas las mañanas. Donde hemos celebrados los cumpleaños y días festivos, fiestas del equipo, reuniones de adolescentes, grupos de estudio y reuniones del comité (todos incluyendo buena comida y buenas personas). Donde hemos tenido importantes discusiones familiares, compartido recuerdos y reído. Es donde mi esposo lee la página de deportes, donde yo echo chispas por la página editorial y donde mi hija y yo hacemos manualidades y cosemos. Se ubica entre dos ventanas a tres pies de la barda del costado, donde crece una madreselva exuberante y fragante y donde la nochebuena trasplantada del jardín de nuestros vecinos hace más de 20 años florea brillantemente.
La mesa de la cocina siempre cambia de mantel. Uno es el mantel que nos trajeron unos amigos de su viaje a Guatemala. Otro hecho por mi hermana, junto con sus servilletas que le combinan. Un mantel de encaje que encontré en una pequeña tienda cerca de mi casa. En ocasiones muy especiales, dejamos que la madera hable por si misma.
No conozco la historia de la mesa antes de que fuera parte de mi familia, pero ya es parte central de la historia de nuestra familia. Después de que compramos esta mesa, la que adquirimos en Egypt, fue reciclada para sostener una creciente colección de plantas. Finalmente su vida útil se acabó hace algunos años. Me dio tristeza verla partir.
¡Que tengan un verano seguro y feliz, lleno de comida saludable y deliciosa, servida en mesas que usted ama, con las personas que aprecia!
Sea consciente acerca de lo que come

Yo nunca había participado en una meditación de comida. Ni siquiera estaba seguro de qué se trataba. ¿Se trataba de comer y comer y meditar al mismo tiempo con los ojos cerrados? Yo había participado antes en otros dos tipos de meditación: meditación sentada y caminando. Una meditación enfocada en comida me intrigaba y fue la simple curiosidad la que me motivo a intentarlo.
Las instrucciones, cuando nos las dieron, fueron simples: podíamos tocar la fresa, olerla y examinarla de cerca, y sí, comerla dándole mordiscos diminutos. De lo que teníamos que asegurarnos era que este ejercicio fuera continuo, que nos sentáramos y que continuáramos haciendo por lo menos una de estas actividades después de media hora. No podíamos comernos la fresa de un bocado o pedir más. Lo que podría funcionar mejor, si sólo queríamos la actividad de comer, era mordisquearla – preferiblemente molécula por molécula. No hay necesidad de agregar que el enfoque de la meditación en silencio tenía que ser la fresa hasta donde más se pudiera, y nada más.
Este ejercicio no fue algo fácil. Durante los primeros minutos algunos de nosotros nos colapsamos en risitas tontas. Después, el ejercicio se tornó incomodo e irritante. Pero conforme los minutos pasaban lentamente en lo que parecía toda una edad glaciar, la atmosfera en el cuarto se transformó, adoptando la seriedad que la meditación se merecía. Yo recuerdo haber dejado en mi lengua pedazo tras pedacito de la fresa hasta que “agoté” el sabor de cada uno. También recuerdo haber escrudiñado de cerca la textura de la fruta, dejando que mis dedos acariciaran su piel rugosa y sintiendo el patrón, que para mi sorpresa, resultaron ser hexágonos que envolvían la fruta, a la vez que me maravillaba con la geometría y simetría de la fruta.
Hasta esa mañana, no había examinado una fresa con tal concentración y paciencia. Le había puesto muy poca atención a las pequeñas semillas en la superficie y había apenas notado cómo el tono rojo de la fruta se hace más profundo desde su parte superior a su punta cónica. Hubo momentos en que la fresa se sentía pesada en mi mano; a veces, tuve que apretarla suavemente para resucitar las sensaciones y regresar mi mente a la meditación.
Después de un rato, estábamos tan perdidos en el ejercicio que el tiempo parecía haberse parado y nada en el mundo importaba más que la fresa que teníamos en la mano. De hecho, el universo se encogió – o ¿se expandió? – y sólo estábamos yo, la fresa y la meditación. Era difícil y hasta irrelevante dónde terminaba yo y dónde empezaba la fresa.
Después de emerger de la meditación, la recomendación que se nos ofreció fue que hiciéramos el ejercicio diariamente, empezando con media hora (podríamos incrementar el tiempo con la práctica, si deseábamos) y con comida de nuestro gusto – cualquier cosa pequeña, como una uva o un dulce pequeño. Lo que nos se nos dijo, pero que fue algo que entendimos unánimemente, fue que este ejercicio podía ser una forma efectiva de superar el consumir comida en exceso y sin sentido. La lección que nos deja esto es que no necesitamos toda esa comida que se nos antoja, para poderla disfrutar bien.
A los amigos que me comentan que desean perder peso, les recomiendo la meditación de comida. Aún cuando ello no les ayude a perder peso, les digo que, el mejor beneficio del ejercicio es que se concientizan sobre lo que comen, cuánto y durante cuánto tiempo. Hasta ahora, ninguno de estos amigos me ha dicho que ha tomado este reto. ¿Me sorprende esto? Dada la frecuencia con la que los comerciales sobre alimentos en televisión, periódicos y otros sitios nos asedian, no puedo censurarlos. Tristemente, he aquí mi confesión: ya han pasado muchos años desde que practiqué esta meditación.
UC CalFresh ayuda a consumidores de bajos recursos a elegir alimentos saludables

En 2008 el Servicio de Alimentos y Nutrición del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos cambió el nombre del programa de estampillas a Supplemental Nutrition Assistance Program (Programa de Asistencia para Nutrición Suplementaria o SNAP, por sus siglas en inglés). El año pasado, el Departamento de Servicios Sociales de California actualizó CalFresh, el nombre del programa estatal que emite mensualmente beneficios de manera electrónica que pueden ser usados para comprar alimentos.
“Ya que las estampillas de alimentos no se usan más a nivel nacional y el nombre ha cambiado, necesitábamos cambiar nuestro nombre para ajustarnos a los cambios del USDA y CDSS”, dijo David Ginsburg, director de UC CalFresh.
El programa federal de asistencia alimentaria, que se inició en 1939, fue creado con el fin de mejorar el estado nutricional de las personas de bajos ingresos.
UC CalFresh provee educación sobre nutrición a niños y adultos que participan en CalFresh en 33 condados. En 2011 la Extensión Cooperativa de UC proporcionó educación sobre nutrición incluyendo temas que iban desde cómo elegir alimentos saludables a cómo administrar el dinero y otros recursos, a 140,000 californianos que participaban de los beneficios de CalFresh.
En el condado de Santa Clara, el personal de UC CalFresh ha trabajado con más 520 familias durante el último año. La consejera de nutrición de la Extensión Cooperativa de UC, Susan Algert, recientemente puso a prueba la efectividad de una serie de tres clases de UC Calfresh sobre compras, administración de recursos, seguridad alimentaria y dieta saludable. Algert y su colega Carmen Simmons documentaron los cambios en el ambiente alimentario del hogar de cinco familias hispanas que participaban en las clases denominadas Eat Smart Be Active (Coma inteligentemente, manténgase activo). También se reclutó para el proyecto a cuatro familias, que no participaban en las clases, para ser usadas como grupos de control. Los niños de todas las familias participaban en lecciones sobre nutrición de la Extensión Cooperativa de UC impartidas en sus escuelas.
Algert y Simmons descubrieron que el hacer una lista de compras, planear los menús, ir de compras con menos frecuencia y usar las sobras de comidas son las tácticas más efectivas para ayudar a las familias a ahorrar dinero en alimentos. Al mismo tiempo, las familias incrementaron la variedad de frutas y verduras en sus dietas en un 30 y 50 por ciento e incrementaron el uso de pan de trigo integral en un 75 por ciento.
Uno de los participantes dijo: “Aprendí bastante sobre cómo estirar mi presupuesto para comida hasta el fin de mes, algo que antes no podía hacer".
Para más información sobre el tema, visite la página Web de UC CalFresh en uccalfresh.org