Ayer me tocó moderar un panel sobre agricultura urbana en la reunión anual de la Asociación de Planeación de California, que se llevó a cabo en Santa Bárbara. El salón estaba lleno: el tema de la agricultura urbana es muy popular en estos días. Las micro granjas, los gallineros domésticos, la apicultura y los mercados de alimentos crudos todos representan retos – y oportunidades – para los planificadores y comunidades. En nuestras discusiones, la idea de “escala” y su definición fueron bastante mencionadas. ¿Y el consenso del panel? Dentro de las áreas urbanas, la agricultura urbana debe abarcar todo desde los jardines del patio trasero hasta las operaciones agrícolas comerciales.
En la práctica, la agricultura urbana ha sido una actividad persistente y organizada en áreas urbanas durante más de un siglo. Y uno puede argumentar que lugares como The Common en Boston hacen de la “agricultura urbana” hasta un modelo más antiguo. Las granjas en las afueras de las zonas urbanas – o incluso en las partes centrales, en cierta escala – ha sido parte de la vida estadounidense. Los mercados de granjeros no son un componente nuevo en la vida estadounidense; al contrario, representa uno de los modelos más antiguos de distribución de alimentos… directo de la granja al consumidor.
El Pánico de 1893, un periodo de recesión económica que trajo sufrimiento tanto a las poblaciones urbanas como a las rurales, fue particularmente difícil para los estadounidenses; había muy pocas redes de seguridad social para los pobres e indigentes. (Programas como el Seguro Social y el Programa de Asistencia de Nutrición Suplementaria – cupones de alimentos – se crearon mucho tiempo después). El Pánico de 1893 creó un clima social peligroso en Estados Unidos, particularmente en áreas urbanas plagadas de trabajadores de fábricas desempleados. La crisis puso en evidencia un modelo de jardinería para aliviar las necesidades que pronto se difundió en todo Estados Unidos.
El modelo de “pequeñas parcelas de papas” también llamado el “experimento de Detroit”, emergió bajo el liderazgo del alcalde de Detroit, Hazen Pingree. El modelo creado por Pingree conectó a cientos de acres vacantes en Detroit con trabajadores desempleados y sus familias, a quienes se les proveyó con materiales, herramientas y educación para cultivar la tierra. Esto se realizó de una manera sistemática. La idea de Pingree de alivio ético se enfrentó a una fuerte resistencia de muchos que creían que los desempleados – muchos de ellos inmigrantes – eran demasiado flojos para trabajar. Los escépticos, por supuesto, estaban equivocados: 3,000 familias solicitaron los 975 huertos disponibles el primer año del programa (1894). El programa creció durante las siguientes dos temporadas (1,546 familias participaron en 1895 y 1,701 en 1896).
El comité municipal de agricultura mantiene los registros de la inversión que se realizó en el programa y el valor de los cultivos cosechados. En 1896, el valor de los alimentos producidos en los huertos de papas de Detroit fue mayor al dinero que la “comisión de los pobres” dio a los ciudadanos necesitados.
La idea inmediatamente se difundió a otras zonas urbanas: Nueva York, Buffalo, Filadelfia, Boston y Seattle fueron parte de las 19 ciudades que patrocinaron proyectos de lotes vacíos a cierta escala, de acuerdo con un reporte de 1898. El modelo Pingree desarrollado en Detroit fue particularmente innovador y visionario para su tiempo; para inicios de los 1900, existía una organización nacional para el cultivo de lotes vacantes que alentaba la agricultura urbana y la jardinería citadina. Estos programas claramente aportaron una racionalidad para el cultivo de lotes vacantes – la “tierra de la vagancia” – durante el esfuerzo denominado Jardín de la Libertad/Victoria durante la Primera Guerra Mundial.
Para esta historiadora, el clima económico actual se percibe muy parecido a 1893. Y la agricultura urbana de nuevo se pone como evidencia como adición viable, necesaria y bien recibida en el paisaje alimentario. Detroit y muchas, muchas otras áreas urbanas que se enfrentan a problemas creados por la despoblación, altas tasas de desempleo, zonas alimentariamente desiertas y otros enormes retos, están de nuevo considerando a la agricultura urbana como una solución.
Yo aplaudo a las docenas de planificadores profesionales que asistieron a esta sesión y participaron en las discusiones interactivas con panelistas y otros participantes. Estos urbanistas jugarán un papel vital en la creación de políticas públicas que apoyen sistemas alimentarios saludables y fuertes en nuestras comunidades... políticas que reconozcan que cada vez más, las comunidades desean conexiones más explícitas con sus alimentos.