Sea consciente acerca de lo que come

Jan 9, 2012

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Una mañana, hace ya más de un década, intenté la “meditación de comida” en Silverlake, a una hora de UC Riverside en auto. Éramos como 10 personas – más que todo budistas – en un cuarto oscuro y callado, sentados en sillas duras colocadas alrededor de una mesa de apariencia amenazadora. A cada uno de nosotros se nos dio una fresa y se nos pidió que esperáramos las instrucciones.

Yo nunca había participado en una meditación de comida. Ni siquiera estaba seguro de qué se trataba. ¿Se trataba de comer y comer y meditar al mismo tiempo con los ojos cerrados? Yo había participado antes en otros dos tipos de meditación: meditación sentada y caminando. Una meditación enfocada en comida me intrigaba y fue la simple curiosidad la que me motivo a intentarlo.

Las instrucciones, cuando nos las dieron, fueron simples: podíamos tocar la fresa, olerla y examinarla de cerca, y sí, comerla dándole mordiscos diminutos. De lo que teníamos que asegurarnos era que este ejercicio fuera continuo, que nos sentáramos y que continuáramos haciendo por lo menos una de estas actividades después de media hora. No podíamos comernos la fresa de un bocado o pedir más. Lo que podría funcionar mejor, si sólo queríamos la actividad de comer, era mordisquearla – preferiblemente molécula por molécula. No hay necesidad de agregar que el enfoque de la meditación en silencio tenía que ser la fresa hasta donde más se pudiera, y nada más.

Este ejercicio no fue algo fácil. Durante los primeros minutos algunos de nosotros nos colapsamos en risitas tontas. Después, el ejercicio se tornó incomodo e irritante. Pero conforme los minutos pasaban lentamente en lo que parecía toda una edad glaciar, la atmosfera en el cuarto se transformó, adoptando la seriedad que la meditación se merecía. Yo recuerdo haber dejado en mi lengua pedazo tras pedacito de la fresa hasta que “agoté” el sabor de cada uno. También recuerdo haber escrudiñado de cerca la textura de la fruta, dejando que mis dedos acariciaran su piel rugosa y sintiendo el patrón, que para mi sorpresa, resultaron ser hexágonos que envolvían la fruta, a la vez que me maravillaba con la geometría y simetría de la fruta.

Hasta esa mañana, no había examinado una fresa con tal concentración y paciencia. Le había puesto muy poca atención a las pequeñas semillas en la superficie y había apenas notado cómo el tono rojo de la fruta se hace más profundo desde su parte superior a su punta cónica. Hubo momentos en que la fresa se sentía pesada en mi mano; a veces, tuve que apretarla suavemente para resucitar las sensaciones y regresar mi mente a la meditación.

Después de un rato, estábamos tan perdidos en el ejercicio que el tiempo parecía haberse parado y nada en el mundo importaba más que la fresa que teníamos en la mano. De hecho, el universo se encogió – o ¿se expandió? – y sólo estábamos yo, la fresa y la meditación. Era difícil y hasta irrelevante dónde terminaba yo y dónde empezaba la fresa.

Después de emerger de la meditación, la recomendación que se nos ofreció fue que hiciéramos el ejercicio diariamente, empezando con media hora (podríamos incrementar el tiempo con la práctica, si deseábamos) y con comida de nuestro gusto – cualquier cosa pequeña, como una uva o un dulce pequeño. Lo que nos se nos dijo, pero que fue algo que entendimos unánimemente, fue que este ejercicio podía ser una forma efectiva de superar el consumir comida en exceso y sin sentido. La lección que nos deja esto es que no necesitamos toda esa comida que se nos antoja, para poderla disfrutar bien.

A los amigos que me comentan que desean perder peso, les recomiendo la meditación de comida. Aún cuando ello no les ayude a perder peso, les digo que, el mejor beneficio del ejercicio es que se concientizan sobre lo que comen, cuánto y durante cuánto tiempo. Hasta ahora, ninguno de estos amigos me ha dicho que ha tomado este reto. ¿Me sorprende esto? Dada la frecuencia con la que los comerciales sobre alimentos en televisión, periódicos y otros sitios nos asedian, no puedo censurarlos. Tristemente, he aquí mi confesión: ya han pasado muchos años desde que practiqué esta meditación.