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Estudio de UCCE ofrece las herramientas necesarias para implementar la “agricultura regenerativa” en California

Jeff Mitchell, especialista de UCCE logra importantes avances en las prácticas de labranza cero y cultivos de cubiertas

Más de 20 años de arduo trabajo de investigación y desafíos le tomó a un joven estudiante de postgrado demostrar con pruebas científicas que la “agricultura regenerativa” y la “salud de suelo” no solo eran conceptos inalcanzables en ese entonces, sino una realidad necesaria en la industria agrícola de California.   

Alrededor de 1990, mucho antes de que la “agricultura regenerativa” fuera un término popular y la “salud del suelo” se convirtiera en una causa celebre, Jeff Mitchell aprendió conceptos similares por primera vez durante una reunión de agronomía en el extremo sur. 

Grandes beneficios se atribuían a lo que internacionalmente se conocía como “agricultura de conservación” y Mitchell supo de inmediato que California se beneficiaría grandemente de estas prácticas, las cuales reducen la labranza de la tierra, incorporan cultivos de cubiertas y preservan el rastrojo en la superficie (los remanentes de la cosecha).

No obstante que la labranza cero o siembra directa era algo común en el medio oeste y sureste de los Estados Unidos y en amplias franjas del globo, era algo de lo que hace veinte años casi no se escuchaba hablar en el Estado Dorado.

Mitchell conoció que entre los potenciales impactos positivos de estas practicas se incluían el que  ayudaban a reducir el polvo en el aire, ahorraban dinero a los granjeros en combustible y mantenimiento del equipo, mejoraban el suelo y la dinámica del agua y otra serie de servicios del ecosistema. 

“Todas estas cosas empezaron a sumarse y uno como que se rasca la cabeza y dice, ‘bueno, a  lo mejor hay que probar algo de esto'”, recordó Mitchell, quien se convirtió en especialista de sistemas de cultivo de Extensión Cooperativa de la Universidad de California en UC Davis en  1994.

En 1998, Mitchell lanzó un estudio a largo plazo sobre este tipo de prácticas en el Centro de investigación y Extensión del Oeste (REC, por sus siglas en inglés) en Five Points, condado de Fresno. “Empezamos esto porque en el pasado, cuando yo me inicié en mi trabajo, nadie lo estaba haciendo”, explicó. “Esto era algo nuevo, un territorio desconocido para California.”

Durante los siguientes veinte años, Mitchell y sus colegas estudiaron los cambios al suelo y ecosistemas, aprendieron de sus fracasos y éxitos y compartieron esas lecciones aprendidas con su arduo trabajo con compañeros científicos y granjeros de todo el estado. Un resumen de sus hallazgos  fue publicado recientemente en el diario California Agriculture.

La agricultura de conservación en California: ‘no es una tarea trivial'

Mitchell y el Grupo de Trabajo para la Innovación de Sistemas Agrícolas – una red de trabajo establecida en 1998 compuesta por granjeros, investigadores, personal de agencias públicas y miembros de entidades privadas y grupos medioambientales – se inició virtualmente con una página en blanco. De acuerdo con Mitchell, encuestas realizadas a principios del siglo 21 revelaron que las prácticas de agricultura de conservación se usaban en menos de la mitad del uno por ciento de la superficie de cultivos anuales en California.

Con el desarrollo de la infraestructura de riego alrededor de 1920, los granjeros de California vieron continuamente un crecimiento fenomenal en su producción durante el último siglo – por lo tanto estaban poco incentivados de desviarse de métodos probados y auténticos que dependían de la labranza regular. 

Sin embargo, intrigado por los potenciales beneficios de la agricultura de conservación, Mitchell quería ver cuáles de esas prácticas podrían ser aplicadas de manera viable en los sistemas de cultivo de California. Durante el estudio de veinte años en el REC del oeste, los investigadores produjeron un cultivo de rotación de algodón y tomate, seguido por una rotación de garbanzos, melones y sorgo y finalmente tomates. Al principio fue difícil cultivar cualquier cosa  – ya que tenían que dominar los conceptos básicos de cómo establecer las plantas en un sistema sin labranza y con un alto nivel de residuos. 

“No fue una tarea trivial”, señaló Mitchell. “En un principio batallamos – nos falló los primeros años porque no sabíamos las técnicas de siembra y tuvimos que aprenderlas. La curva del aprendizaje inicial que tuvimos que manejar y superar fue muy pronunciada”.

Luego vino la larga espera para poder mejorar los conceptos medibles sobre indicadores de la salud del suelo, como la cantidad de carbono en la tierra.

“Durante los primeros ocho años, no vimos ningún cambio’, dijo Mitchell. Sin embargo, más adelante se observaron diferencias sorprendentes entre el sistema de siembra sin labranza  con cultivos de cobertura y el campo convencional sin cultivos de cobertura y la divergencia entre estos dos sistemas se hizo aún más marcada”.

“Es muy difícil capturar cambios medibles en cuanto a la salud de la tierra y métricas de la función del suelo a través de la investigación porque esos cambios son muy lentos”, manifestó Sarah Light, asesora en agronomía agrícola de UCCE para los condados de Sutter, Yuba y Colusa y coautora del reciente ensayo del California Agriculture. “A menudo, en realidad no se obtienen diferencias estadísticamente significativas durante el curso de un subsidio de tres años”.

Llegar a los granjeros, enseñarles y aprender de ellos 

El sitio de estudio del oeste del Valle de San Joaquín ha sido un recurso de enseñanza vital. Aunque Light trabaja con los granjeros en el Valle de Sacramento, ha transmitido los resultados de esa investigación a sus clientes y usa muestras de tierra del sitio para ilustrar de manera vívida el beneficio significativo de las prácticas de agricultura de conservación. 

Durante una demostración, ella dejó caer agregados de tierra – los cuales se miran como terrones de tierra – en dos contenedores de agua. Un terrón, proveniente de un suelo muy labrado se desmoronó rápidamente y el agua se tornó oscura y turbia. El otro, un compuesto de suelo que no ha sido labrado y de cultivo de cubierta durante veinte años, no se deshizo – señal de un suelo saludable y resiliente  – y el agua se mantiene relativamente clara. 

“Es una demostración realmente sencilla, pero es muy efectiva porque muestra la facilidad con la que los agregados de la tierra se desbaratan con el agua – o no”, indicó Light. 

Esa estabilidad agregada es un factor importante en la habilidad de la tierra para mover agua (infiltración) y retenerla (retención). Esas dinámicas son cruciales para que los granjeros eviten encharcamientos en sus campos, conserven el agua para los meses más secos y en general, para soportar las inclementes inundaciones y sequías ocasionadas por el cambio climático.

Durante años, Mitchell ha recibido miles de visitantes en el sitio de estudios del REC del oeste para mostrarles los beneficios potenciales de adoptar prácticas para el manejo de la salud del suelo. 

“No creo que esté exagerando al decir que este es probablemente la estación de un proyecto  agrícola más visitada en la historia de UC ANR (División de Agricultura y Recursos Naturales de UC)”, señaló el experto. 

Tanto el REC del oeste como – el propio Mitchell  – son bastante valorados por la comunidad agrícola local.

“Jeff es un microcosmos de la investigación aplicada de la universidad al oeste del Valle de San Joaquín”, dijo John Diener, quien cultiva almendras, ajos, tomates para envasar, algodón, masa de maíz y trigo para producción y semillas en las tierras adyacentes a la estación agrícola. 

Los agricultores adoptan, adaptan y ajustan las prácticas Willey, un granjero jubilado y colaborador de mucho tiempo de Mitchell, ha instado  constantemente a sus colegas a visitar el sitio de Cinco Puntos – especialmente en los primeros años. 

“Era algo muy innovador y no había muchos ejemplos de eso en ninguna parte del estado”, manifestó Willey. “Así que, ayudé alentando a la gente a que fueran para allá y aprendieran y posiblemente pensaran en llevar a cabo un trabajo similar en sus propias granjas”.

El mismo Willey fue un pionero al experimentar con prácticas de labranza cero en sistemas de cultivos vegetales orgánicos. 

“Como granjeros orgánicos, probablemente dependíamos más de la labranza que los granjeros convencionales porque era el único método que teníamos para el control de malezas; no podíamos usar herbicidas”, mencionó Willey.

A pesar de las batallas en un principio, él persistió e intentó diferentes técnicas y medios mecánicos para acabar con las malezas. Willey se asoció más adelante con un grupo de  horticultores progresistas y con personal de UC y de la Universidad del Estado de California en   Chico quienes obtuvieron un subsidio para la innovación en conservación por parte del Servicio de Conservación de Recursos Naturales para llevar a cabo más pruebas en granjas y compartir sus experiencias. 

Al final, sin embargo, la siembra directa demostró ser algo muy riesgoso para continuar llevándola a cabo, debido a las pérdidas en las que incurrieron. Un asunto delicado es el ciclo de nutrientes. Los agricultores orgánicos descubrieron que después de recortar un cultivo de cubierta y aplicar composta, dejar esos nutrientes en la superficie sin incorporarlos a la tierra con una labranza más vigorosa (o agregar fertilizantes sintéticos, como podían hacerlo los agricultores convencionales) da como resultado una menor producción. A corto plazo, los granjeros simplemente no pudieron ver producciones que pudieran sustentar sus operaciones. 

“Es muy difícil en los sistemas de hortalizas y particularmente difícil en los sistemas de hortalizas orgánicas”, expresó Willey. “Diría que un número de nosotros ha aprendido a disminuir la extra dependencia que teníamos en la labranza, pero no para eliminarla completamente”.

Los cultivos de cubierta también representan un desafío para algunos granjeros, con ciertos cultivos que se convierten en un paraíso perfecto para devastadoras plagas como la chinche lygus y la chinche apestosa, según Diener.

“Hacemos todo lo que podemos para eliminar el cultivo hospedero donde se originan, ¿por qué, para qué voy a traer a los enemigos a mi casa?”, indicó. “Se trata de hacer suficiente dinero para estar allí el próximo año. No vas a estar allí el próximo año con estas plagas. Ante la importante presión por las plagas y enfermedades que sufren nuestros cultivos de valor, simplemente no es una opción de gestión práctica”.

En lugar de plantar cultivos de cubierta, Diener mencionó que opta por mezclar cultivos de granos que puedan contribuir de manera similar a la salud del suelo – a la misma vez que generan ingresos. De acuerdo con Diener, colaborador de mucho tiempo de Mitchell, la mejor manera de adoptar la agricultura de conservación es adaptarla a localidades específicas y circunstancias de cada agricultor. Y en este rincón del Valle de San Joaquín, eso significa no seguir el templete de las altas precipitaciones y sistemas de siembra directa que se encuentran en el medio oeste. 

“Nosotros adaptamos los principios de Jeff a nuestro programa; no lo verá como Iowa, que es lo que todos vienen esperando ver. No es así cómo funciona, amigos”, manifestó Diener. “Se trata de una metodología diferente. Hacemos las cosas que se adaptan a nuestro ambiente y es por eso que esa estación de campo de la zona oeste es importante – porque es nuestro ambiente”.

Promoviendo y mejorando la salud del suelo, un paso a la vez La adopción más generalizada de prácticas de gestión de la salud del suelo puede obedecer a diversos factores. Con el incremento del riego por goteo en los tomates, por ejemplo, los agricultores empezaron a usar o a reducir la labranza para minimizar las interrupciones en las delicadas líneas de goteo en sus campos. 

De acuerdo con Mitchell, el dramático incremento en las prácticas de labranza cero en la producción de ensilado lechero – de menos del uno por ciento a más de 40 por ciento – fue el resultado de esfuerzos empresariales de un grupo pequeño pero extraordinariamente dedicado del sector privado que trabajó con los granjeros, uno a uno. 

Debido a que la optimización de estas prácticas requiere de una atención cercana e intensiva – y no poca dosis de valor e iniciativa – Mitchell y Light entienden que los agricultores podrían necesitar de un enfoque gradual. Incluso una pasada menos por el campo o un cultivo de cubierta cada tercer año, pueden aportar algunos beneficios a la salud del suelo, dijo Light.

“El valor es que cuando se puede probar el concepto, entonces puedes motivar a cada paso”, explicó Light. “Jeff está mostrando la luz brillante de los postes de la meta y eso puede motivarnos a dar cada paso desafiante a lo largo del camino”.

Shannon Cappellazzi, quien ayudó con el análisis de la información en el ensayo del California Agriculture, está de acuerdo en que es bueno tomar un enfoque gradual al mejorar la salud del suelo.

Cappellazzi fue la científica principal del proyecto norteamericano del Soil Health Institute para evaluar las mediciones de la salud del suelo, en el cual se analizaron 124 lugares diferentes del continente dedicados a la investigación del suelo a largo plazo – incluyendo el de Cinco Puntos.

Después de analizar dos mil muestras de varios sitios de estudio, Cappellazzi mencionó que la evidencia sugiere que la superposición de cada componente de un programa de agricultura de conservación -el cultivo de labranza cero, la adición de cultivos de cobertura y la integración de la ganadería, por ejemplo- puede tener beneficios acumulativos y aditivos para la salud del suelo.

“Creo que si contamos con la información para demostrar los beneficios a largo plazo, eso hace que la gente esté dispuesta a llevar a cabo el cambio a corto plazo, aun cuando resulta un poco difícil por un par de años”, dijo Cappellazzi.

La investigación del REC del oeste produjo otro punto clave.

“Para mí lo que realmente sobresale, es que, de la mayoría de los indicadores de la salud del suelo, los cultivos de cubierta tuvieron un enorme impacto. Tanto los cultivos de cubierta sin labranza  – y los de una labranza estándar – tuvieron medidas de carbono e indicadores de salud del suelo considerablemente altos que aquellos sin cultivos de cubierta”, indicó Cappellazzi. La experta agregó que la información también mostró mejoras sobre la fluidez del agua por la tierra y cómo la tierra la retuvo.

 La investigación vital impulsa un legado perdurable

El manejo y conservación de agua, por supuesto será algo primordial en la cada vez más volátil realidad climática de California. La investigación de Five Points de Mitchell – y estudios relacionados en el Valle de San Joaquín conducidos por la agro ecologista de UC Davis, Amélie Gaudin y otros – contribuyó a la información que derribó una creencia arraigada sobre los cultivos de cubierta de invierno.

“Existen muchas ideas preconcebidas sobre el uso de agua en los cultivos de cubiertas”, manifestó Mitchell. “Una de las cosas que aprendimos es que, en comparación con la pérdida de agua del suelo desnudo en invierno, la pérdida de agua en un cultivo de cubierta durante ese mismo periodo de crecimiento – desde alrededor de noviembre a marzo – tiende a ser casi como un lavado.”

Ese crucial descubrimiento ofreció a los investigadores y defensores de la salud del suelo pruebas inestimables para preservar esta práctica como una opción para los agricultores. 

“Necesitaron ir a dar un espectáculo de perros y ponis a muchas agencias de sostenibilidad de las aguas subterráneas (conocidas como GSA, por sus siglas en inglés), las cuales han estado a punto de prohibir el cultivo de sembradíos de cubiertas porque la percepción entre ellos es que usan mucha”, expresó Willey, el horticultor jubilado. “Pero durante los meses de invierno, los cultivos de cubiertas no usan mucha agua. De hecho, es posible que no utilicen nada de agua en absoluto”.

Los jóvenes investigadores que estudiaron el uso de agua en los cultivos de cubierta representan otro importante legado en el sitio de estudio de Five Points. Ha sido un campo de entrenamiento experiencial para  muchos de la próxima generación de científicos de la tierra (edafólogos), agrónomos y ecologistas.

“El número de estudiantes, que han sido entrenados por y a través de este estudio ha sido realmente fenomenal” señaló Mitchell, indicando que han trabajado en temas que van desde la calidad del aire a la presencia del carbono en la tierra, todo relacionado a los cultivos de labranza cero. 

Sus contribuciones serán esenciales para continuar redefiniendo y optimizando estas prácticas que son fundamentales para la agricultura de conservación. Respecto a la preocupación de Diener sobre la chiche lygus y la chinche apestosa, por ejemplo, Cappellazzi – en su nuevo rol como directora de investigación en GO Seed – estudia y produce cultivos de cubierta con un ojo puesto en las características que los convierten en hábitats menos hospitalarios para determinadas plagas.

De hecho, mientras que el ensayo en el California Agriculture concluye eficazmente el estudio de 20 años en Five Points, sus lecciones continuarán resonando e inspirando en los años por venir. 

“Este es un paso en un largo camino”, expresó Light. “Es una plataforma de lanzamiento: este documento podría atarle un moño en cuanto a la recopilación de datos, pero en términos de impacto de extensión, esto es realmente sólo el principio”.

Y para Willey, la omnipresente crisis climática obliga a todo el sector a acelerar el paso en ese camino. 

“Tenemos mucha presión para hacer evolucionar la agricultura muy rápido en respuesta al cambio climático y no creo que podemos sentarnos y cruzarnos de brazos”, dijo el experto. “Sabemos hacia dónde debemos dirigirnos – con una mayor multiplicación de los sistemas naturales y menos dependencia de insumos tóxicos y fertilizantes sintéticos– y necesitamos averiguar cómo incentivar y apoyar a los granjeros para que se muevan en esas direcciones”.

Adaptado al español por Leticia Irigoyen del artículo en inglés. Editado para su publicación por Diana Cervantes